¿Hasta cuándo vamos a seguir mendigando la
salud en Colombia?
Los casos de un adulto de Medellín y un niño de Cartagena son una
muestra de la triste realidad.
Por: JUAN
GOSSAÍN |
17 de noviembre de 2016
En Colombia, los
servicios de salud no se están contratando por calidad, sino por tarifa.
Aquí estoy, otra
vez, con mi cantaleta sobre el sistema colombiano de salud. Ustedes perdonen,
pero es que la situación, lejos de mejorar, se pone cada día peor.
De grandes ciudades, pueblos perdidos y caminos vecinales me llegan cartas manuscritas, mensajes electrónicos o simples recados de boca en boca, a través de ‘radio bemba’, como dicen en el Caribe. La gente, desamparada, busca con desesperación que alguien le ayude. Y mi obligación moral consiste en oírlos, porque, como ya he dicho mil veces, un periodista no es más que la voz de los que no tienen voz.
A manera de pequeño ejemplo, y para que ustedes midan el tamaño que ha cogido este problema, entresaqué dos de los muchos casos que me llegan: el de un adulto de Medellín y un niño de Cartagena. Son paradigmas. Apenas un par de muestras de la triste realidad que se repite diariamente a todo lo ancho y largo de Colombia. Y a lo profundo, también.
De grandes ciudades, pueblos perdidos y caminos vecinales me llegan cartas manuscritas, mensajes electrónicos o simples recados de boca en boca, a través de ‘radio bemba’, como dicen en el Caribe. La gente, desamparada, busca con desesperación que alguien le ayude. Y mi obligación moral consiste en oírlos, porque, como ya he dicho mil veces, un periodista no es más que la voz de los que no tienen voz.
A manera de pequeño ejemplo, y para que ustedes midan el tamaño que ha cogido este problema, entresaqué dos de los muchos casos que me llegan: el de un adulto de Medellín y un niño de Cartagena. Son paradigmas. Apenas un par de muestras de la triste realidad que se repite diariamente a todo lo ancho y largo de Colombia. Y a lo profundo, también.
El niño sordo
Tiene la mala suerte de ser un buen estudiante. Así como lo oyen. Pero él no puede oírlo porque nació sordo.
Se llama José Gabriel, tiene nueve años y vive con su madre y sus tres hermanitas en un barrio popular de Cartagena. Cuando apenas había cumplido cuatro meses, le descubrieron que tenía una deficiencia auditiva y que, con el paso del tiempo, se quedaría completamente sordo. Como su madre había tenido el cuidado de afiliarlo a una empresa prestadora de salud, las famosas EPS, le pusieron un implante coclear. Dicho en términos sencillos, se trata de un pequeño dispositivo electrónico que se instala en la cabeza, a través de una cirugía, para que los sordos puedan escuchar.
Con grandes esfuerzos, y una disciplina admirable, José Gabriel se convirtió en un excelente estudiante al que le encantaban la actividad escolar, la compañía de sus amigos, las clases de historia, los juegos y recreos.
Pero su doloroso camino hacia el calvario comenzó hace más de un año. Todavía lleva la cruz a cuestas.
Como suele suceder con esa clase de aparatos, después de siete años de uso las piezas externas del implante se fueron gastando, deteriorando, sucumbiendo a la humedad del ambiente. Eso es normal. Lo anormal, en cambio, es la historia que empezó a continuación.
De Herodes a Pilatos
Su madre, que se llama Zenith Benítez, fue hasta las oficinas de la Nueva EPS y allí le dieron una cita con la doctora especialista, que examinó al niño y, de inmediato, ordenó por escrito que se procediera a renovarle el implante electrónico.
En la EPS nunca cumplieron la orden médica. Como si fuera poco, también le suspendieron al niño las terapias de rehabilitación que venía recibiendo. El segundo médico que atendió a José Gabriel le dijo a la madre, con una franqueza demoledora, “que él no se atrevía a ordenar la renovación del aparato porque eso es muy caro y se ganaba un problema con la EPS. Me aconsejó que mejor hablara con ellos directamente”.
Zenith lo hizo, pero entonces le respondieron con un peloteo: le dijeron que el doctor era el único que podía dar esa orden y el doctor decía que era la EPS. La estaban zarandeando de Herodes a Pilatos y de Pilatos a Herodes, pero ella no se dio por vencida y volvió a donde el médico. Lo hizo dos, tres, cuatro veces más. Nunca le dieron la nueva orden por escrito.
Espera y desesperanza
Fue entonces cuando la madre, que es una mujer luchadora y resuelta, resolvió contarle la historia completa al diario cartagenero El Universal.
Una vez aparecida la noticia, de la EPS la llamaron para decirle que debía viajar de inmediato con su hijo a Barranquilla, donde los estaban esperando para resolverles el problema. Ambos volvieron a sonreír, se pusieron sus mejores atuendos y marcharon contentos. Al llegar a Barranquilla, les dijeron de manera brutal: “Ustedes no tienen cita aquí”. Y se negaron a atenderlos.
Al regresar a Cartagena, Zenith fue a las oficinas de la EPS, encaró a la propia administradora de la empresa y le hizo esta pregunta:
–Usted no es madre, ¿verdad?
Ahora tengo oportunidad de hablar con ella y me cuenta que hace un mes le llegó un mensaje a su celular, en el que la EPS le mandaba decir que ya habían aprobado el nuevo implante. Que aguardara instrucciones.
–A partir de ese momento –dice– dejaron de contestar mis llamadas. Todavía estamos esperando el aparato.
Un mar de lágrimas
El niño no ha podido volver al colegio desde enero. Su madre, estremecida, con una mezcla de indignación y de dolor, me describe la escena que ocurre en su casa desde entonces, cada mañana, de lunes a viernes, cuando despunta el día.
José Gabriel es el primero que se levanta. Se baña, se viste por sus propios medios, agarra el bolso de estudiante, cargado de cuadernos y lápices, como si fuera una ceremonia sagrada para asistir a la escuela, y se sienta en la puerta de la calle. Cuando sus hermanas salen, rumbo al colegio, empieza a llorar en silencio, viéndolas alejarse.
–Al principio yo me sentaba a su lado para consolarlo– confiesa la madre–. Pero ahora somos dos los que nos sentamos a llorar…
En Medellín
Ocurrió hace cuatro meses, el viernes 22 de julio, cuando eran las tres de la tarde. Mientras José Gabriel y su mamá andaban por Cartagena tocando de puerta en puerta, en busca de una solución para la sordera, en Medellín el señor Carlos Pizarro Díaz, que también estaba al día con su seguro de salud, fue internado en la antigua Clínica Saludcoop de la 80. Estaba a punto de cumplir 74 años.
Allí le diagnosticaron cálculos en la vesícula y le aplicaron medicamentos para eso. Aunque parezca insólito, los responsables de la clínica se excusaron diciendo que no disponían de los elementos quirúrgicos necesarios para operarlo.
Pasaron tres días más. Solo el lunes 25 descubrieron que, en realidad, se trataba de un ataque agudo que le reventó el apéndice. Entonces lo llevaron al quirófano, de urgencia, pero ya la peritonitis había avanzado tanto que le afectó los órganos internos: el hígado, los pulmones, el intestino.
Como si al pobre señor Pizarro le faltaran más desgracias, en la sala de cirugía agarró una severa invasión de bacterias. En medio de tantos infortunios, murió el 9 de agosto.
Demanda y costos
Su hermano Gonzalo Pizarro me escribe para explicar que, ante esos hechos, la familia resolvió entablar una demanda penal “porque consideramos que hubo negligencia profesional desde el momento de su ingreso, ya que no fue diagnosticado ni tratado correctamente: no era la vesícula, era una apendicitis que se volvió peritonitis, y cuando por fin lo atendieron, ya era demasiado tarde”.
Como ustedes lo saben, porque se ha informado ampliamente, el Estado colombiano intervino a Saludcoop por malos manejos. Desde ese día, la EPS completa, incluyendo sus clínicas, está en poder del Gobierno. Entonces salgo a buscar gente que conozca el tema para que me explique qué es lo que está pasando.
–La verdad es que en Colombia los servicios de salud no se están contratando por calidad, sino por tarifa. Es decir: a la baja –me responde uno de ellos–. No gana el mejor, sino el que cobre más barato.
En ese momento hago una pregunta que parece obvia: ¿y no hay autoridades que midan y califiquen la calidad de los servicios?
–Ay, mijito –me contesta otro, con un tono burlón, como si yo fuera el idiota más ingenuo del mundo–. El principal objetivo de nuestro sistema de salud no es el paciente, sino el dinero. Eso lo deciden la cantidad de intereses económicos que hay en el tema.
Sin controles
Por aterradora que sea, la verdad es esa: los controles a la calidad de los servicios de salud no están operando. Y no solo en el ámbito nacional sino, incluso, en las regiones.
En cada municipio o departamento, las leyes les confieren a las secretarías de salud las mismas facultades de inspección y vigilancia que tiene la Superintendencia de Salud en todo el país. Nada de eso se está cumpliendo.
Las propias EPS tampoco controlan la calidad ni la seguridad de los servicios que ellas mismas contratan. Solo los precios. Todo eso significa, simplemente, que contratan siempre lo más barato. Y, en consecuencia, el nivel de atención al paciente sigue bajando.
Sin embargo, el Estado y las EPS se llenan la boca diciendo que, en este momento, hay 46’210.000 colombianos afiliados al sistema de salud.
Es verdad. Es casi el país entero. Es el 96 por ciento de la población, nada menos. Pero es que el problema no es de cantidad, sino de calidad. No es tanto afiliarlos, sino atenderlos. Y atenderlos bien. Por lo menos a tiempo.
Epílogo
–Casos como este debe haber por cientos –me dice una experta cuando revisamos la hoja clínica del señor Pizarro–. Personas llenas de vida entran a cirugías elementales y salen muertas.
Lo más triste de estas historias es eso: que no se trata de casos excepcionales o aislados. Ni mucho menos. Quién sabe cuántos niños como José Gabriel andan por ahí, en calles y caminos, en barrios y escuelas, mendigando un servicio médico al cual tienen todo el derecho, porque para eso están pagando su afiliación. No es un favor, es un derecho. Y quién sabe cuántos adultos más, como Carlos Pizarro Díaz, han muerto por culpa de la indolencia, que causa peores estragos que el cáncer.
Comentarios
Maria paula Castañeda Gallego
De igual manera, la educación es un derecho fundamental según la Constitución, y al no darle los suministros y la atención que necesita el niño, teniendo en cuenta su condición, también le están negando y violando su derecho a la educación.
Es increíble como una persona en busca de estrategias y tratamientos para mejorar su salud, se encuentre con tantas barreras en el momento de requerir acceso y ayuda con el sistema de salud en Colombia, y que pueda llegar a ver como su situación de salud empeora por negligencia y descaro. Me parece que todos los ciudadanos nos hemos visto metidos en el fallo del sistema, con problemas en el acceso de este mismo, viendo como afectan nuestra salud poco a poco, sabiendo que con un óptimo servicio, los costos de la manutención de enfermedades de alto costo, podrían verse más estables, al evitar que las personas lleguen al nivel de contraer enfermedades crónicas de alto costo para el sistema.
Ojalá llegue el día con el que todos los ciudadanos colombianos soñamos, donde el servicio de salud sea humano e íntegro, mejore la situación para todos, se responda, se solucionen los problemas que hay y donde se den cuenta que se están atendiendo personas y no cosas.
Evidentemente en los dos casos anteriores si los pacientes hubieran tenido la capacidad económica para costear estos tratamientos de manera particular, su calidad de vida en el primer caso habría mejorado y en el caso del señor Pizzaro no habría perdido la vida.
Es insólito ver como el sistema de salud colombiano es un negocio, con el cual se violan derechos fundamentales y de primera generación, como lo es la salud. Como podemos confiar en un gobierno que no protege lo mas importante en la vida de los seres humanos, como es la salud física y mental y que aun así proclama ser un estado social de derecho. No solo son acciones inconstitucionales sino lo más trascendental. Acciones con falta de ética profesional, con falta de humanismo, que un medico prefiera su cargo laboral antes que salvar la vida de diferentes pacientes.
Es por esto, que como ciudadanos debemos conocer nuestros deberes y derechos que tener frente al sistema de salud, exigir un trato digno y ético por parte de los profesionales de salud.
De esto radica que como próximos profesionales en salud debemos tener en cuenta la importancia de conocer las prioridades, problemas de cada población y de la necesidad de recibir una atención oportuna e integra, para que de esta forma no sigan existiendo casos como los anteriormente expuestos.
RESPECTO A LOS TEMAS PLANTEADOS ANTERIORMENTE SE PRESENTA UNA GRAN INCONFORMIDAD YA QUE COMO ES POSIBLE QUE SIENDO ESTOS CASOS REALES NO SE TENGAN PAUTAS PARA QUE SIGAN OCURRIENDO Y MAS CUANDO NO ES OBLIGACIÓN DEL INDIVIDUO SI NO DE TODOS COMO UNA COMUNIDAD DARLE FIN A ESTA PROBLEMÁTICA Y PLANTEAR DIVERSOS PARÁMETROS Y SOLUCIONES PARA ASÍ TERMINAR CON ESTO
POR OTRA PARTE NO SE ESTA TENIENDO EN CUENTA EL DERECHO FUNDAMENTAL DE CADA INDIVIDUO EL CUAL ES LA SALUD QUE NO ESTA SIENDO RESPETADO BÁSICAMENTE POR QUE EL COLOMBIANO VE TODO COMO UN NEGOCIO E INDIVIDUAL DE BENEFICIO SOLO PARA UNO Y NO PARA TODOS.
Ver como la salud en Colombia es un negocio, es muy indignante y triste; Muchas personas creen que esto es una exageración y que son casos poco comunes, pero nunca se han puesto a mirar a las personas de bajos recursos en las ciudades, las cuales no pueden pagar un servicio de calidad y deben esperar meses por una cita medica, una autorización o un medicamento; personas que viven en pueblos lejanos aun centro medico, donde ni siquiera ese centro medico pueden prestarles un servicio de calidad, solo porque no tienen los elementos adecuados para dicho servicio.
La salud no debería ser para el mejor postor, el que tiene mas dinero, sino que debería ser para las personas que realmente lo necesitan. Las personas no deberían morir enfrente de un hospital o en una sala de emergencia por falta de salud, y mas sabiendo que la salud es un derecho en Colombia.
¿Donde esta el presupuesto para la salud en Colombia?
La salud en Colombia tiene un largo camino por recorrer para mejorar la prestación del servicio y volverlo mas integral. Con estos testimonios queda en evidencia que las personas son vistas por el Gobierno, la EPS y las IPS como un negocio. Se olvidan por completo que están atendiendo a seres humanos que no solo pueden padecer de alguna enfermedad, sino que también tiene sentimientos y problemas.Por otro lado, nosotros como profesionales de la salud, debemos estar mas pendientes de nuestros pacientes y hacerlos sentir a gusto con nuestra atención, muchas veces no es solo la falta de organización de los dineros destinados a esta área o el descuido de las entidades a cargo de vigilar y velar por el cumplimiento de estas instituciones, sino también la atención que brindamos. Aunque no es nada sencillo disminuir las brechas que hay en nuestros sistema de salud, tampoco es imposible, todos tenemos que poner de nuestra parte para contribuir a mejorarlo y ver mas progreso en nuestro país, no solo en las cifras de la cobertura del sistema, sino también aportar para que aumente el nivel de CALIDAD en la prestación de salud y es allí donde notaremos los resultados. La salud no es un negocio, es un derecho, hagamos el cambio.
para tener una salud digna se deben pagar planes complementarios o pagos a médicos externos, generando mas costos para las personas. Las trabas administrativas, generalmente igual de dañinas que innecesarias, impuestas por algunas EPS a sus usuarios, o la negación de tratamientos que deberían cubrir, los tiempos de espera demasiado largos para la consecución de una cita que puede ser urgente hace que en diferentes encuestas los usuarios se declaren insatisfechos con la calidad de la atención recibida y del sistema de salud en su conjunto. pero las entidades de salud ¡no entienden que es un derecho fundamental que el estado garantice este! solo les importa el dinero entrante y no la calidad del servicio.